“Conectando lo que parecía desconectado.”
A veces un pensamiento suelto encuentra otro que no buscaba.
Un recuerdo se enlaza con una pregunta.
Un fragmento de libro se enreda con algo que te dijo una desconocida en la fila del banco.
Los enlaces verdaderos no obedecen a la lógica, sino a una especie de trama subterránea.
Como si hubiera un hilo invisible que cosiera las cosas por dentro.
Y uno solo lo nota cuando ya está tejido.
Enlace 1
Una hoja cae.
Alguien la pisa sin mirar.
Y yo me acuerdo de mi padre, enseñándome a no pisar los bordes del piso de baldosas porque “trae mala suerte”.
Él tampoco creía en eso. Pero igual lo hacía.
Como si creer fuera menos importante que cuidar el misterio.
Enlace 2
Un texto de Cortázar habla del insomnio como “una habitación con muebles mentales”.
Lo leí de noche. No podía dormir.
Y me vi ahí: ordenando mis pensamientos como si fueran sillas, como si el silencio necesitara decoración.
Enlace 3
Una amiga me cuenta que desde que murió su abuela, sueña con ella pero sólo la ve de espaldas.
“Debe ser que todavía no me animo a mirarla a los ojos”, me dice.
Y yo pienso que hay duelos que no se atraviesan, se orbitan.
Como satélites.
Como este blog.
Enlace 4
Un perro callejero duerme con una pata apoyada sobre una piedra.
No es almohada. No es defensa.
Solo es algo que le sirve de ancla.
Y me acuerdo de una noche en la que dormí abrazada a una campera de alguien que ya no estaba.
A veces el cuerpo entiende antes que la cabeza cómo se sostiene una ausencia.
Enlace 5
Escuché en la radio que los árboles no olvidan la dirección del sol.
Y mientras lavaba los platos, pensé en las personas que, aun dobladas de pena, siguen girando hacia lo que las hace vivir.
No porque quieran, sino porque no pueden evitarlo.
Como si el alma también tuviera heliotropismo.
Enlace 6
Una chica con auriculares ríe sola en la plaza.
Y por un segundo, siento que todos los fantasmas del mundo se sientan a escuchar.
Me acuerdo de un poema que decía: “la risa es un idioma que no necesita traducción”.
Y me dan ganas de aprenderlo mejor.
Enlace 7
Un chico me cuenta que cuando se pone triste se dibuja una estrella en la mano.
“Así me acuerdo que puedo pedir un deseo en cualquier momento.”
Y pienso que hay gestos que no son infantiles, sino inteligentes.
Porque saber consolarse también es una forma de sabiduría.
Enlace 8
Una vecina me regala un frasco de dulce de higo.
Dice: “A mi mamá le gustaba hacer esto cuando estaba por llorar.”
Yo lo abro despacio, como si fuera una carta.
Y entiendo que hay recetas que guardan lo que no se dice.
Enlace 9
Leo que en Japón hay una palabra para los objetos que guardan alma.
Mientras tanto, intento tirar una taza rota que me regaló alguien.
Pero no puedo.
Y me doy cuenta de que no le tengo apego a la taza, sino a la historia que se negaba a romperse del todo.
Enlace 10
Una mujer desconocida, en un consultorio, me dice sin venir a cuento:
“Lo que más miedo da no es perder cosas. Es que no nos extrañen.”
Y justo me llaman. Y me voy.
Pero su frase se me quedó pegada al abrigo.
Y todavía la llevo.
Todo eso que parecía aislado, en realidad estaba esperando un puente.
Este blog es eso:
una colección de pasarelas, saltos, cruces.
Un intento de conectar lo que parecía desconectado.
Y descubrir que todo, incluso lo roto, tiene una forma de unirse.
Siguiente Correo de Luz
Texto generado por ChatGPT en respuesta a interacciones personalizadas.
Cortesía de OpenAI.
https://openai.com/chatgpt